Voyage voyage

Si fuéramos pesimistas
Si dijera la verdad, diría que el año pasado estuvo marcado por la muerte. Hace poco escuché a alguien muy cercano hablando por teléfono: ella decía “ya no queda nada por perder”. No creo que tenga razón, creo que todavía nos queda mucho (por perder y por ganar), pero entiendo esa sensación de final. Lo que empiece a partir de ahora va a ser difícil de construir.
Como ya saben, no me gusta decir la verdad, prefiero leer mi vida entre líneas y encontrar lo positivo incluso si no existe. Con esa actitud, podría decir que el año pasado la muerte no sólo arrasó la vida de la gente que quiero, sino que por otro lado me acercó a dos de mis directores favoritos. Cuando pienso que Szuchmacher leyó lo que escribí sobre su obra se me pone la piel de gallina. Ustedes dirán que me conformo con poco, pero yo sólo me emociono (a fin de cuentas, aprendí a amar el teatro viendo sus espectáculos), nunca me conformo. Y después, por supuesto, estuvo la oportunidad de ver el ensayo de Constanza de Ariel Farace, sobre el que no voy a explayarme, porque ya lo hice. No sé si será eso de leer mi vida como se me antoja o si realmente hay una conexión astral (ok, es lo primero) pero Farace parece hacer los espectáculos que yo necesito justo en el momento que los necesito, como mi estrella de Belén personal, mi camino amarillo o mi tarotista. Así que este año, por supuesto, habló sobre la muerte. Ustedes podrán decir que Constanza es sobre la novela de Cervantes pero yo digo que es sobre la muerte.
Si vamos a leer un año que pasó, mejor dejar la muerte de lado (lo posible o imposible está en el ojo del lector). Podría decir que este año estuvo marcado por mis constantes visitas al hospital: entre infecciones alienígenas, controles de rutina que se salían de la rutina y el ejército de oftalmólogos, pasé más tiempo en salas de espera que en cualquier otro lado. Pero esa lectura de mi año sería muy depresiva, así que propongo una distinta. Diremos entonces:

Viajar

El año pasado estuvo marcado por los viajes. Principalmente, viajes de otras personas: de enero a diciembre gente que quiero muchísimo visitó mi casa. Pero como no tengo permiso para hablar de vidas ajena, comentaré mis últimos tres viajes, porque me fui de Buenos Aires tan apurada que casi no pude contárselos a nadie.

La Falda

Fui a La Falda a participar de un festival de literatura sobre el que hablaré en detalle en cuanto regrese nuestra querida Orilla Sur. Son extraños esos encuentros con gente que uno sabe que no va a permanecer en nuestras vidas. No son los “amigos de un solo uso” de los que habla Fight Club, es distinto, es un encuentro significativo pero sin continuidad, uno se alegra de conocer esa gente y de tener una breve imagen de la vida que llevan. Hubo lectura de textos, presentación de libro, entrega de premios y una cena con clima de festejo de fin de curso. A pesar de la lluvia, la pasé exageradamente bien, me las arreglé para hacer algunas caminatas (no muy lejos, que sola me da miedo), visité el Hotel Edén (esos excesos de lujo del siglo pasado que nos obligan a preguntarnos qué se dirá en el futuro sobre nuestros propios excesos) y encontré por casualidad un adornito que estaba buscando desde hacía dos años. Mientras compartía el texto que me tocaba leer, me di cuenta de que no estoy conforme con mis cuentos. Hay algunos que me gustan mucho, pero en general siento que me falta dar un paso más. En estos días estoy intentando lograr eso con una historia que me da vueltas en la cabeza desde hace tiempo, pero cada vez que escribo una nueva versión del primer párrafo una vocecita me dice “dejá de escribir boludeces previsibles”. Intentaré satisfacer a la vocecita.

Mar del Plata

Aunque no tengo la historia de vacaciones marplatenses que sí tienen otros porteños, Mar del Plata tiene una participación extraña en mi vida, de donde conservo muchos recuerdos significativos, como si en lugar de ser una ciudad distinta fuera el sector mítico de Buenos Aires. Este año pasé diez días cubriendo el festival de cine para Replicante (acá tendría que haber un link, lo habrá en cuanto salga el número de enero de la revista). Sin meterme en vidas ajenas, diré que la pasé muy bien a pesar de que el cine no sostuvo el nivel del año pasado. Habitualmente desayunaba con la versión turca de Milla Jovovich, comí alfajores hasta hartarme, nadé en la piscina del Hermitage (no en el mar), intercambié copas y direcciones de mail con colegas, evité quemaduras solares y saqué algunas conclusiones poco alentadoras sobre mí misma. No sé si le pasa a todo el mundo, pero entre mis amigos y yo existe esa tendencia a tratar de descubrir lo que “realmente” queremos, nos preguntamos si nos habremos tropezado porque “en realidad” queríamos torcernos el tobillo para no tener que bailar o si nos habremos olvidado las llaves porque “en realidad” no queríamos volver a esa casa, y toda clase de conjeturas imposibles de comprobar. El problema es que a veces “en realidad” queremos dos cosas contradictorias entre sí. En Mardel se confirmó una vez más que me encanta pertenecer a un grupo: así como me gusta tener la misma credencial que otras doscientas personas, también me encanta salir con las chicas del colegio, desayunar con el grupo de francés y compartir el mismo apellido con tanta gente. Pero al mismo tiempo me gusta tener mis propias rutinas, mi cuarto, mi escritorio, mi cama, mi biblioteca, mi quilombo, mis decisiones. Varias veces escucho decir a la gente que “lo que me pasó” me dejó marcada, que tengo una llaga, un trauma, un machucón, la chapa abollada, la pintura descascarada o lo que quieran. Y a lo mejor eso es cierto, pero dejémonos de joder, que ya pasó el tiempo y hoy no se trata de eso, sino de que sé lo que implica compartir mi vida con una o más personas y no sé si es lo que quiero. “En realidad”, quiero estar con gente y al mismo tiempo quiero estar sola.

Home sweet home

Y así, sola, llego al último viaje, a mi verdadero Edén, mi Ítaca, mi hogar, mi fueguito crepitante al atardecer. Por primera vez no tengo ni la más mínima idea de cuándo voy a volver, quizá la semana que viene, quizás en abril. Aprendí a hacer un cordero a la miel que te chupás los dedos, al fin pude ponerme a terminar una segunda versión de la novela que empecé el año pasado (se sabe que soy lentita, y que mis textos requieren varias versiones) y ya veremos qué pasa con esos cuentos que tengo pendientes. De vez en cuando estudio, volví a empezar The Wire, miro películas amables para mi estabilidad emocional y salgo a correr con muchos perros pero poca exigencia.
Mientras tanto, estoy dejando que me ocurra algo un poco desquiciado, que requiere ciertas explicaciones. El verano pasado adopté una gatita a quien nombré Luci (de Lucifer) que era la cosita más dulce que haya entrado jamás en esta casa y esta familia. Quienes tuvieron la oportunidad de conocerla saben que no miento. Lamentablemente, mientras yo estaba en Buenos Aires, Luci dejó de frecuentar nuestra casa, a pesar de la cercana (casi diría: anormal) relación que tenía con Negrita y con Pea. Ahora bien, este verano aparece por la casa un gato de aproximadamente un año (ay, ella, ahora es experta en edades animales) que tiene un dudoso parecido con Luci. Cuando digo “dudoso parecido” quiero decir “a mí se me antoja que se parece a Luci pero todo el mundo dice que no”. Lo que me llama la atención es que ese gato no me tiene miedo. Al principio yo lo sacaba corriendo porque asustaba a mis nuevos gatitos (Messi y Diego) pero después todos se hicieron amigos. El tema es que el gato misterioso no me temía miedo nunca, ni siquiera cuando lo sacaba corriendo, y alguna vez lo encontré en el marco de la ventana, mirándome trabajar, sin moverse. Todo esto me hace pensar que o bien al gato le falta el gen “desconfiar de los humanos desconocidos” o bien me conoce, es decir que es Luci. Y en el fondo sé que no puede ser, pero me siento en una versión gatuna de Vértigo, así que dejo que la locura continúe.

Por supuesto, en esta vida campestre no todo es color de rosas. Pero cuento con ustedes, con el trabajo, con nuestro nuevo proyecto, con este paisaje increíble y con mis mascotas. En esta lectura optimista, diremos que “en realidad” todo lo demás no importa.