Fin de año y esas cosas


Buenos Aires me despidió a todo trapo y la comarca no se quedó atrás con la bienvenida. Me parece que les gustan los subtítulos así que ahí van:

Están lloviendo estrellas en nuestra habitación...
Me pasé todo el día cantando este tema de Cristian cuando me enteré que iba a haber lluvia de estrellas. Lo anunciaron en la radio (quienes hayan leído antes este blog, saben que acá la radio es mi vida), y entrevistaron a uno, pongamos que era el director del Club de Observadores de Estrellas de Esquel (obviamente estoy inventando cualquiera). Este señor decía que se iban a juntar a eso de las dos en la ruta que va al aeropuerto, para que las luces de la ciudad no impidieran la buena observación del fenómeno. Y yo pensé (y probablemente dije, porque hablo sola) “pero querido, yo acá lo único que tengo que hacer es ponerme la campera y apagar la luz del frente.” El problema era que pintaba feo, todo el día con lluvia y cielo cubiertísimo. Pensé que se me había aguado el plan, pero por las dudas me puse el despertador a las 3.30hs, cuando se suponía que las estrellas iban a estar con todo (no, no se imaginen que me voy a quedar despierta hasta esas horas de la noche, acá soy una persona seria, responsable y madrugadora).
Me despierto in the dead of night. Fiaca... no te puedo explicar la fiaca. Digo “dale, forra, cuántas veces vas a tener esta oportunidad en tu vida”. Hagamos un paréntesis. Cuando yo era niña pasó el cometa Halley. Íbamos a ir a verlo en familia pero a mí se me ocurrió que quería irme a dormir temprano. No me imagino el escándalo que habré hecho, porque en general en mi familia se hacía lo que decían mis viejos y no lo que a nosotros se nos antojaba, pero el caso es que esa noche yo no me moví de mi casa y uno de los dos (no me acuerdo quién) se tuvo que quedar cuidándome. Así que (cerramos paréntesis) la noche de la lluvia de estrellas me dije “no me hagas la del Halley”, me abrigué un poquito y me acerqué a una ventana a ver si se había despejado. Era mi primera semana en el pago y los días venían bastante nublados y con frío, así que hasta esa noche no me había puesto a mirar el cielo. Empecé a percibir la lluvia de estrellas un poco después, pero sólo el cielo era suficiente razón para levantarse a las tres y media de la madrugada. Esos cielos que mirás y decís “esto es photoshop”. Una noche sin luna, el cielo tan negro (tan negro tan negro que parecía azul) y las estrellas tan claras. Salí un ratito y me quedé con la gata que andaba caminando por alrededor con los ojos medio cerrados (mi gatito aventurero se murió en el invierno, ahora somos todas hembras), pero hacía bastante frío, así que al rato me fui a seguir viendo el espectáculo desde adentro, que igual se veía perfecto. Mientras miraba las estrellas fugaces en este cielo que ya es mío, me imaginaba a Legolas interpretando esa noche, justo después de que yo llegara, como una especie de buen augurio.

Música
Por ahora, los buenos augurios se cumplen. Entre los festejos de fin de año y los religiosos (además de un documental en el salón central de Trevelin) tuve dos fines de semana de conciertos. No les voy a hablar de música, que no sé nada de eso, pero sí puedo contarles que me gustó encontrarme desde el principio con algo tan bonito de la comarca, esa movida cultural que tiene desde los híper profesionales, que te quedás embobada escuchándolos, hasta los eventos en que esos híper profesionales tocan en un ambiente familiar en que hay nenes jugando, gente sacando fotos, y otros parados en los pasillos. Fue mi primera Navidad en una iglesia (no, no entré en combustión espontánea), y terminé cantando Noche de Paz como toda una creyente. Hay algo de esto que me remite a mi infancia, reuniones en que casi todos se conocen, todos hacen música, y todos estamos contentos. Porque aunque no sé nada de música llevo muchos años escuchándola y eso también hace que esta sea mi casa.
Pero antes de que crean que mi apellido es Ingals, sepan que en uno de esos conciertos estaba él: Señor Agropecuario. Ustedes probablemente no lo recuerden, fue mi flechazo del verano pasado, y pueden encontrar todo sobre él (“todo” es “la única vez que lo vi”) en una entrada anterior. Aunque me tomó por sorpresa verlo ahí, al menos esta vez sí pude, escondida entre el público, mirarlo sin vergüenza. Es muy extraña la sensación de que me guste alguien y no poder hacer nada al respecto, como cuando éramos adolescentes y nos gustaba el profesor (por suerte no tuve profesores que se aprovecharan de sus alumnas). Así que me sentía otra vez con guardapolvo, pelo largo y granitos en la cara mientras miraba a Señor Agropecuario, sus cejas perfectas sobre sus ojos que nunca me miraban, sus hombros que seguían el ritmo de la música y sus sonrisas tan... ay, sus sonrisas. Yo creo que alternaba entre mi cara de adolescente enamorada y mi cara de depredadora. Pero cuando veía que alguien hacía con su cámara una panorámica del público, ponía mi cara de Navidad.
Los festejos en sí fueron muy tranquilos, pero menos de lo que yo esperaba. Me imaginé que iba a pasarme las dos noches en cuestión como paso cualquier otra, leyendo un libro o viendo una peli o matando zombies, pero no. Como en Noche Buena estaba sola los vecinos me invitaron a cenar con ellos, y la pasé muy bien porque pude conocer a otros vecinos y además Noche Buena sólo vale la pena si hay nenes, y en este caso había. Volví a casa muy contenta y preparé las cosas para los que llegaban al otro día.
Si usted no sabe quién vino a casa el 25 de diciembre, usted no va a saberlo, porque acá cuento mi vida pero no la ajena. Así que vamos a llamarlos Los Señores, título que utilizaremos para todo visitante cuya identidad queramos preservar.  A pesar de que tengo un genio insoportable, me llevo bastante bien con Los Señores. Lo que me sorprendió es que entre ellos organizaron todo un evento para la noche del 31, cada cual quería cocinar algo diferente. Yo no ceno con ellos, por lo que mientras disfrutaban de sus platos elegidos fui a caminar con las mascotas, pero volví para servir el postre y compartir el brindis. Y veinte kilos de Pan Dulce. Mientras tanto los vecinos (unos distintos) armaron una fogata, supongo que algún cordero a la cruz, y a la una todavía se oían guitarras.
Aunque estas fechas estuvieron rodeadas de noticias locales trágicas, sirvieron para contrarrestar todo lo que llegó de lejos: las buenas noticias, los mails, los llamados y los sms (no faltó ni el “cómo andairntodls.e” a las cinco de la mañana).

Lo que se viene
Este verano no va a ser como el anterior. Hay cosas peores (me duele bastante no estar escribiendo para Replicante aunque...) y cosas mejores (estoy escribiendo dos novelas que me entusiasman y también para otras revistas que me gustan mucho). Pero principalmente este no es mi primer verano acá, no está la duda de si voy a aguantar estar sola, y las dudas sobre cuándo voy a volver dependen exclusivamente de un festival de cine en Uruguay. No sólo estoy bien asentada acá, en mi casa, sino también en Buenos Aires; ya no estoy flotando en el limbo, y ya no ando con muletas, aunque sí con un pie en cada lado. También me pregunto (seguro no soy la única) si esto de andar con un pie en cada lado tendrá que ver con no querer repetir “aquello”, no darme la oportunidad de construir algo permanente. Pero esa pregunta por ahora queda sin contestar. Aunque me cuesta creerlo para otras cosas, cuando pienso en los meses que se vienen tengo presente que uno no se baña dos veces en el mismo río y que este verano va a ser un desafío distinto al del año pasado. Todo esto significa que tengo más exigencias hacia mí misma. Supongo que ahora tendría que cerrar con una frase maníaco/optimista de que todo va a salir bien, pero digamos solamente que ya veremos cómo sale...