Eufemismos


Una amiga me pregunta por un aspecto de mi vida, digamos, para no decir exactamente sobre qué me pregunta, que se interesa por el estado de mis “mermeladas”. Pienso “Esta chica qué se piensa, si yo vivo acá en medio del campo no puedo estar consiguiendo mermeladas nuevas todo el tiempo.” Le respondo “sin novedades” pero por las dudas abro la alacena para chequear. Imaginen mi sorpresa cuando no puedo abrir el frasco de la mermelada de frambuesa, mi mermelada favorita. Lo intento dándole golpecitos en la tapa, trato de destrabarla con un cuchillo pero nada. ¿Cómo es posible, si hasta hace poco estaba tan dulce y olorosa? Lloro toda la tarde por tenerla ahí, a la vista, y no poder saborearla. Recuerdo que cuando estaba casada como a mi marido le gustaba el pan con manteca yo no comía nunca mermelada y algunas mañanas, mientras tomaba mi café, descubría que me moría por una buena cucharada de mi sabor favorito. A veces me iba al supermercado a escondidas para mirar los frascos tan rojitos y tentadores. Miraba el precio, los ingredientes, las calorías. Aunque se me hacía agua la boca volvía siempre, casta y pura, a la mesa matrimonial. Y ahora, que pensaba que la mermelada de frambuesa era toda mía descubro que no se puede abrir. “Malvada”, pienso, “con lo mucho que me gustás, en el desayuno, en la merienda, en algún postre, te comería siempre, si hasta te llevaría en la cartera para tenerte más cerquita.” Siento que es una ingrata, una traidora y todas esas cosas que uno piensa cada vez que no puede abrir un frasco de mermelada, pero tengo que admitir que, abierta o cerrada, sigue siendo mi mermelada favorita.
Para consolarme un poco me fijo qué más hay a la vista. Al fondo había guardado un frasco vacío de mermelada de naranja, que me hizo feliz por un tiempo pero se me terminó rápido. Aquella vez cuando vi el fondo del frasco me dio un ataque y mis amigas tuvieron que hacerme entender que no era por la mermelada de naranja que estaba tan triste, sino por otras mermeladas que se me habían acabado en otras épocas. Mis amigas tenían razón pero igual grité a los cuatro vientos que todas las mermeladas del mundo podían irse a la concha de su hermana, que no me buscaran más porque yo ya no estaba para boludeces (salvo para mi adorada mermelada de frambuesa, snif). Pero... guardé el frasco. Cuando tenga una hija le voy a decir “¡siempre hay que guardar los frascos, que nunca se sabe cuándo los vas a necesitar!” En efecto, en mi momento de dolor descubro que por arte de magia la mermelada de naranja está llena y con la tapa bien flojita. Me digo que a veces las mermeladas se hacen las que están vacías cuando en realidad están llenas, quién sabe por qué, quizá por coquetas, o quizá soy yo la que no sabe mirar los frascos (una parte de mi piensa que habría que insistir con la mermelada de frambuesa y otra parte de mí dice que me dije de hinchar los huevos con la mermelada de frambuesa). El tema con la mermelada de naranja es que ahora está distinta... digamos que por su consistencia ya no puedo comerla en tostadas sino sólo a cucharadas. No estoy segura si me va a gustar así (yo quería el desayuno completo) pero tendría que probar.
Mientras le dirijo miradas de odio llenas de lágrimas a la mermelada de frambuesa (¡pérfida!), me doy cuenta de que otro frasquito me llama la atención: la mermelada de tomate. Hace tiempo se me cayó al suelo porque soy muy torpe (soy una verdadera forra, para ser sincera) y pensé que se me había roto para siempre. Pero con un poco de cuidado, un poco de La Gotita por acá, juntar los pedacitos de vidrio por allá, parece que está en mejor estado que nunca. De hecho ahora mismo, mientras les escribo, sólo por pensar en la mermelada de tomate sonrío sin querer. Ay, tomate mío. Cuando la probé hace un tiempo me asusté por el sabor exótico e inesperado y fue por eso que se me cayó al suelo (y porque soy bastante imbécil). Pero ahora me doy cuenta de que aunque sueño con la mermelada de frambuesa me despierto pensando en la mermelada de tomate. Me imagino que puedo usarla incluso más que la mermelada de frambuesa, quizá no sólo para los desayunos y las meriendas sino también con alguna ensalada o en cualquier momento del día. “No te entusiasmes” me digo “que todavía está en el frasco”, pero la verdad es que no puedo esperar que sea la hora del desayuno para probar a mi dulcísima mermelada de tomate.