The Belfast chronicles: It's Britney, bitch

Es así. Primero, más que nada, es raro, porque vas a ver a Britney, llegás sólo una hora antes pero igual no hay multitudes peregrinando por cuadras y cuadras, ni siquiera tenés que hacer cola. Mirás la entrada, ¿vine en la fecha correcta al lugar correcto? Sí, en efecto, es hoy. Pensás: hasta Justin Bieber hizo más quilombo en Buenos Aires. No te cruzás con puesteros vendiendo panchos ni choripán, ni posters ni remeras ni nada de nada. Si querés merchandizing, lo comprás adentro. Pero a vos esas cosas no te van (ok, compraste mil boludeces de Roxette, pero eras una nena en ese momento) así que vas directo al “campo”. Entrás a un estadio cubierto, todo muy bonito y ordenado. Entonces las ves: a tu alrededor hay decenas de ellas, algunas con pantalones otras con pollera, otras incluso con vestido de fiesta: tienen tacos aguja. Pensás en tus pobres pies saltando al lado de esas armas mortales. Bien, no importa, peores cosas han pasado en recitales. Igual te sentís un poco pelotuda por haberte sacado cualquier alhaja robable, porque tenías en mente el recital de U2 en River, cuando viste que le arrancaban a un chico una cadena del cuello.

Primero ves a unas pibitas rubias que se llaman Destinee (así con dos e) y Paris, que no las conoce nadie. Después viene Joe Jonas. ¿Quién? Este.

A ese parece que hay algunos que lo conocen y cuando canta la última canción te das cuenta que vos también. Igual, como le ponés onda, a esta altura ya te duele la garganta y la cabeza. Un cartel anuncia que faltan 25 minutos para que empiece el show, para que los fans ansiosos vayan a consumir como se debe. Pero en lugar de eso vos te dedicás a sacar fotos desenfocadas como esta

Y otras que salieron mejor y quedan para la familia y los amigos.

Cuando faltan menos de quince minutos te decidís a meterte en la masa compacta de la gente que está más cerca del escenario. Esa gente te mira mal. Así que te ponés a saludar a una amiga inexistente, como excusa para seguir avanzando, muy poco porque ahora la masa compacta es compacta de verdad. La cuenta regresiva sigue avanzando y cuando llega a los diez segundos todo el estadio cuenta con vos. Pensás: esto va a explotar.

Three, two, one. It’s Britney, bitch. Empieza Hold it against me. Cientos (¿miles?) de personas se destrozan la garganta cuando la ven en el centro del escenario. Pero, la verdad la verdad, esto no explota. Los stiletos de la muerte no saltan, la gente no baila. ¿Me estás cargando? Es Hold it against me, vos bailás hasta en el subte con este tema. No te importa, cantás a los gritos con voz de ultratumba (lo tuyo nunca fue la música) y a partir de ahora no dejás de bailar. También es raro verla, porque es igual igual a la que aparece en las fotos y los videos. No, no digo esta Barbie de photoshop

Digo esta otra

Britney ya no tiene ni la pancita ni los muslos de I’m a slave for you, pero sigue siendo una diosa. La mayor parte de las canciones hace playback y obviamente no te importa, hasta te parece bien. Hace años que tenés una fascinación inexplicable por Britney (explicable más que nada porque te encanta obsesionarte con la gente, es uno de tus juegos favoritos) y aún así te sorprende no poder quitarle los ojos de encima. Cuando lográs abrir un poco el cuadro ves a los bailarines, que son probablemente lo mejor del show. La primera parte (como los videos que se proyectan mientras hace cambio de vestuario) tiene una temática de persecución: policías, esposas, jaulas.

Canta 3 con piloto blanco, sombrero, anteojos oscuros y coro de bailarinas. En Up ‘n down (jaulas, bailarinas, bailarines, en fin, the works) no podés creer que la gente no baile. Si sos fan de Britney lo mejor que te puede pasar es una fiesta en la que sólo pasen música de Britney. Y lo mejor que podés hacer en una fiesta es bailar. ¿Qué vinieron a buscar? ¿una experiencia estética? ¿un juego de luces? Terminás por aceptar que hay un mundo que ni siquiera podés comenzar a comprender, y te dedicás a lo tuyo. A fin de cuentas, jamás te importó ser la única que baila.

Cambio de vestuario. Es de color rosa, eso que en los noventa llamábamos body. Canta How I roll y decidís que te encanta. Para Lace & leather Britney pide un voluntario. El público enloquece. Sube un chico de las primeras “filas” y ¿qué hace Britney? Una lapdance. Así como te lo cuento. El chico es probablemente gay pero aunque le gustaran las ovejas este va a ser uno de los momentos que le va a contar a sus nietos.

If U seek Amy tiene la estética de “escándalo” (tapas de diarios en las pantallas, quién es Amy, blablabla) y ella tiene una pollera blanca que vuela con un viento que sale del suelo. Vos la pasás bomba y hasta los lugares comunes te parecen brillantes.

El tercer cambio de vestuario es para Slave for you y I wanna go, que es olvidable comparable con los otros, y después viene uno tipo antiguo Egipto. O sea todo muy dorado. Para Toxic hace más playback que vos cantando en la ducha, pero lo vale totalmente: estética tipo oriental (kimonos, samuráis, esas cosas) y se bailan la vida. Mínimo cambio de vestuario: se saca el “kimono” y ahora está de negro, pero con una especie de chalequito que le dibuja un rayo sobre el pecho (te acordás brevemente de un capítulo de Sex & the city). Es tu vestuario favorito de la noche. Hay algo que te molesta apenas: Britney no parece divertirse. Pensás: pobre mina, ella es la razón de esta fiesta y no puede disfrutarla. Pero es un pensamiento pasajero: es difícil pensar en los objetos de nuestras obsesiones como personas reales.

Cerca del final del show, poco antes de quedarte mirando como una estúpida los papelitos que flotan en el aire, te das cuenta de que a pesar del dolor de cabeza estás en un estado de absoluta felicidad y satisfacción. No es que todo lo que te preocupaba hace dos horas se haya resuelto, no es que hayas descubierto una nueva visión más optimista de la vida, es como si todo lo que está fuera del estadio hubiera dejado de existir. Algunas horas después vas a pensar que es la primera vez que experimentás el estado de la fiesta en sentido antropológico, una suspensión del tiempo real. Sabés que el placer estético no tiene nada que ver, recordás con claridad las sensaciones de Ciudades paralelas, de La flauta mágica, de la primera vez que viste El séptimo sello y de la única obra que viste de El periférico de objetos: el placer estético, al menos para vos, es siempre en algún aspecto doloroso, incluso cuando es una celebración, quizá porque te conecta con tus sentimientos más auténticos, y qué hay más auténtico que el dolor. Por eso te parece que esto tiene que ver con otra cosa, probablemente con el rito, y (también por primera vez) entendés lo que significa un partido de fútbol para tanta gente, podés imaginarte lo que puede ser para un fan de fútbol estar hipnotizado por una pelota en lugar de una rubia. Y lo que tiene a su favor el fanático de fútbol es que 1. él nunca es el único que baila y 2. tiene un enemigo. Pero por ahora, mientras seguís en el Odyssey Arena mirando los papelitos que brillan y sacando las últimas fotos en las que salís con cara de asesina serial, sólo te acordás de la frase de tu hermana que te trajo hasta acá: Britney hace un show en Belfast en octubre, vení a verla conmigo. Esa frase resume tus razones para escribir ficción: hay cosas que son tan terribles, tan complejas o tan extrañas que para entenderlas o transmitirlas necesitamos inventarnos una historia, algo que lo explique mejor que la realidad que vivimos. Esa frase escondía algo demasiado terrible, demasiado insoportable para decirlo claramente, algo que ni siquiera te atrevés a escribir. Vos, que son tan prosaica a veces, respondiste: Britney me importa un carajo, yo te voy a ver a vos. Pero con el tiempo el show de Britney se convirtió en la ficción que justificó tu viaje. A partir de ahora, si alguien te pregunta por qué viajaste a Belfast (¿eso queda cerca de Dublin?) vas a decir “a ver a Britney”. Y si te preguntan por qué no fuiste a verla en Buenos Aires podés decir “no es lo mismo” y, con todo lo que te acabo de contar, les explicás por qué.

The Belfast chronicles: Culture Night

Como si el Lord Mayor de Belfast fuera mi mejor amigo, el primer viernes que pasé acá fue Culture Night: desde las cuatro de la tarde hasta las diez de la noche se pudo disfrutar de actividades gratuitas como exposiciones de artes visuales, obras interactivas, espectáculos callejeros, conciertos, debates y, después de las diez, after-parties. Pueden encontrar toda la información sobre lo que fue acá http://www.culturenightbelfast.com/ pero igual les cuento mi versión. Una de las primeras cosas que vimos (contra mis expectativas mi sis estaba muy interesada en las artes visuales) fueron unos muñequitos muy simpáticos, una versión cute de los Chapman.

Ustedes dirán “qué bien sacada está esa foto”. Sí, porque no la saqué yo. Pedí permiso para sacar fotos, me lo dieron, y cuando fui a buscar la cámara me di cuenta de que no la había llevado. Por suerte Internet nos salva siempre y pueden encontrar más imágenes de la artista, Ursula Burke (últimamente todos los artistas visuales que me gustan son mujeres, o Murillo) en este link: http://www.goldenfleeceaward.com/site/artists/burke%20ursula/gallery.htm

Tengan en cuenta que son todas miniaturas. Tengo una debilidad por las miniaturas. (Sí, ríanse, me lo busqué).

Pasamos por una muestra de fotografía que podría titularse “nos sobraron un par de fotos en el rollo y no sabíamos qué hacer con ellas”, y después por un pasillito que de un lado tenía unos paisajes de colores muy sueltos que podrían titularse “a ver cómo pintan estos pinceles” de los cuales uno o dos Ruth y yo aceptaríamos colgar en el living; y del otro lado unas imágenes de casitas que parecían hechas por una púber que acababa de comprarse una regla y tenía un poco de tiempo libre. Lo que más me gustó de todo esto fue la idea del pasillito, que te obligaba a tener una percepción específica de cada obra, desde una distancia determinada por el ancho del pasillo y durante un tiempo determinado por la gente que estaba esperando detrás tuyo.

Me gustó un cuartito en el que entrabas y decías “la verdad” o sea, lo que fuera la verdad para vos, eras filmado, y después ibas a formar parte de una creación colectiva.

Yo estaba particularmente interesada en escuchar los Five Minutes Mysteries del Wireless Mystery Theatre. Era una especie de radio teatro en vivo que se escuchaba desde la calle, pero lo más divertido para todo el mundo eran las publicidades entre las historias de misterio, que imitaban el acento norteamericano. Hasta que no me lo explicaron no lo entendí.

Pero sí disfruté mucho de los espectáculos callejeros: magos, una especie de low profile bmx (acrobacias con bicicletas sin que nadie saliera volando) seguido por unos chicos que hacían swing (figuras de fuego) y una “rueda de roedor” gigante... en fin, vean las fotos.

Bastante mala una chica que cantaba con una banda, iban arriba de un camión.

Conclusión, quedé encantada, tomé un poco de ale y dije “ay, pero qué vida tiene esta ciudad”. Mi hermana me dijo que no me entusiasmara: Culture Night es una vez al año.

Las siguientes noches de finde nos dedicamos a recorrer los bares ilustres, cuando terminemos abriré un álbum en FB con las explicaciones correspondientes.

The Belfast chronicles: Al principio fue Londres

No sé dónde empecé a sentir que esa podía ser mi ciudad, si dando vueltas por Hyde Park, esquivando gente que corría por The Queen’s Walk o tomando mi Earl Grey en The National Gallery, pero sé que cuando todos nos reíamos en el Arcola Theatre ya estaba en casa. Podríamos empezar por el principio, pero mejor empecemos por el teatro, que es lo que les importa a todos. Cuando uno de los personajes viajeros de Singer llega a un pueblo lo primero que hace es buscar una sinagoga y yo, mujer de fe pero sin religión, siempre añoré esa sensación de pertenencia, ese hogar asegurado fueras donde fueras, incluso si, como los personajes de Singer, renegabas de Dios. Hace poco una amiga me propuso iniciar una logia pero creo que, al menos por el momento, no lo necesito. Les explico por qué. Dos noches antes de partir tuve una acalorada discusión sobre si Catan (http://carlasegaliniprensa.blogspot.com/2011/05/criticas-catan-por-sofia-castano.html) era buena o no. A mí me encanta, a él le parece un desastre. Propuse estar de acuerdo en estar en desacuerdo antes de que las botellas comenzaran a estrellarse contra cabezas ajenas. Pero lo importante es que los dos coincidíamos en que el teatro es algo por lo que vale la pena discutir acaloradamente, que una obra puede ser un insulto para el espectador, que no nos importa cuántos actores había en escena ni si había sillas o gradas o qué. Hay algo que tenemos en común y que no hace falta discutir ni aclarar y creo que eso mismo tenemos en común con cierto público de Londres.

Este es el teatro donde fui a ver Tell them I’m young and beautiful, en la noche del miércoles:

El escritorio que ven a la derecha (detrás de la chica sentada en primer plano) es la boletería; más atrás, donde dice bar, hay algunas mesas y sillas de madera donde la gente toma unas copas de vino; podría decirse que es una versión un poco más consumista de Espacio Callejón. A esta altura (recuerden que llegué el martes) ya me manejaba bastante bien con el subte, ya me había pateado toda la ciudad escuchando música y ya me había decidido a llegar “menos diez” como suelo hacer en los teatros porteños (salvo que en este caso supuse que la obra no iba a empezar media hora tarde), o sea, todo muy home sweet home. Pero. La chica de la boletería me pidió mi student card y yo me quedé petrificada. No entendí absolutamente nada de lo que me había dicho, sólo el sentido común me indicó que tenía que sacar mi libreta donde una Sofía de veinte años le asegura a la gente que sí, a pesar de tener nietos todavía soy estudiante. La chica boletera (no existe la palabra, ¿no?) la chequeó, me dio mi entrada y dijo algo más. What the fuck. Qué carajo me está diciendo esta mina. Lo repitió. Ah, listo. Puse cara de “hago de cuenta que te entiendo pero las dos sabemos que no entendí ni una palabra” y me mezclé con la gente del bar. Me pregunté si todo esto era una equivocación, si no estaba lista para ver teatro en inglés ni para estar sola ni para viajar ni para existir. Entré en la sala: unas cincuenta sillas distribuidas por un espacio sin escenario. La escenografía: algunas cañas sostenidas por una base redonda, formando un semicírculo. Lo único que parecía diferente era la edad del público, más variedad, algunos de una generación anterior al público habitual porteño. Se apagan las luces de la platea, se encienden las de la escena. Un grupo de personas entra cantando, una narra, otros simulan ser vacas, echan a suertes quién va a ser el granjero. Sí, esto lo conozco, es diferente, otras historias, otras preocupaciones, otro objetivos, pero sí, estoy en casa. (No, hoy no hablo de la obra en sí, lo dejo para medios más apropiados.)

¿Cómo llegué a esta familiaridad? ¿Soy tan fácil que me ponés a un par de tipos mugiendo y ya me siento en casa? No, fue de a poco. En primer lugar, tenía un mapa. Cuando llevás una ciudad en la cartera es más fácil sentir que es tu ciudad. Pero además hay mapas por todas partes, Londres te invita a recorrerla. Mientras caminaba con mi fish n’ chips entendí desde el principio que ahí todo el mundo corre, y corren por todas partes. La ciudad es de los corredores. Qué más se puede pedir. Se podría pedir un río con puentes preciosos, un clima templado pero sin sol, alguna llovizna refrescante. Listo, eso es Londres en septiembre.

Ese primer día también fui a Saint James Park, que me hizo pensar en Cléo de 5 a 7, tan íntimo, casi solitario, pero a la vez se sentía seguro, quizá tengan algo que ver las miles de cámaras que vigilan Londres.

Por supuesto, la primera noche fue un poco patética y tuve que preguntarme qué me hacía sentir sola, qué estaba extrañando, ¿el snobismo pequeño burgués? ¿los cambios de humor repentinos? ¿la exigencia de que yo estuviera siempre feliz, siempre disponible? ¿la absoluta falta de empatía? ¿no tengo suficiente gente que me quiere? ¿no tengo incluso suficiente gente que me dice bombón? ¿qué carajo estaba extrañando? Lo pensé con ganas, con energía, a ver si lograba la situación melodramática de llorar en silencio en una cama cucheta, rodeada de doce extraños que dormían en la habitación de un hostel londinense. No se me ocurría. Tuve que admitir que a veces me siento sola por costumbre, y que esa sensación hay que dejarla pasar como las ganas de tomar coca cola.

El miércoles por la mañana ya me estaba preguntando dónde estaría el famoso Big Ben, pero una tiene sus prioridades: encaré para Hyde Park (http://www.royalparks.gov.uk/Hyde-Park.aspx) Varias veces mirando Midsomer Murders vi que la gente señalaba un cielo cubierto de nubes y decía “qué lindo clima tenemos hoy” y pensaba que esa gente estaba mal de la cabeza, o que tendrían que cambiar el libreto si el día no daba para decir eso. Pero de verdad es agradable el clima sin viento, sin demasiado frío pero sin calor. Incluso a mí, que tengo frío siempre, me pareció un día para disfrutar y en ningún momento, a pesar de la llovizna, abrí el paraguas. Sabía (por el dichoso mapa) que Hyde Park era muy grande así que planeaba mirar sólo un poco y arrancar para Westminster, pero terminé caminando horas por los senderos infinitos, cantando a los gritos “podríamos ser lo que no se rompe...”, rodeada de perros que no cagan, ardillas como las de Vicky O., y patos gigantes que comían castañas.

Me gustó mucho la fuente/monumento en memoria de la princesa Diana (http://www.gardenvisit.com/landscape_architecture/london_landscape_architecture/visitors_guide/diana_memorial_fountain)

Para cuando me decidí a irme estaba en un punto por completo diferente al que esperaba y no tenía idea de cómo ir a Westminster, pero sí cómo ir a la National Gallery, que me había recomendado encarecidamente un vendedor de panchos. Este museo tiene varias virtudes: es gratis, es chico (o sea, no es el Louvre, podés ver todo todo todo en un día, tomándote un descanso en la mitad), tiene unas computadoras donde podés mirar toda la colección e información sobre cada cuadro, y lo más importante tiene muy buenos cuadros, con mucha variedad dentro de la pintura europea. Quedé encandilada con una imagen bíblica de Murillo (http://www.nationalgallery.org.uk/paintings/bartolome-esteban-murillo-christ-healing-the-paralytic-at-the-pool-of-bethesda), pero cuando vi un retrato que hizo de un nene ya fue demasiado (http://www.nationalgallery.org.uk/content/conobject/1283).

Así llegamos, con las vértebras lumbares fundidas entre sí, a la noche del teatro, y a mi última mañana en Londres, donde al fin me decidí a buscar el Big Ben, que es más lindo de lo que esperaba, y el Parlamento.

De regreso al hostel para buscar mi valija paré en un supermercado. Me pregunté qué compraría si viviera ahí. Me pregunté si podría vivir ahí, salir a correr por las mañanas por las orillas del Thames, amontonarme en el Tube, comprar en época de descuentos en Oxford Street, comer sushi para llevar, tomar cerveza y ale desde las cinco de la tarde en Covent Garden, ir al teatro de lunes a viernes y los fines de semana visitar a mi hermana. La idea es tentadora, no sé si es posible, no sé si es lo que quiero, pero sé que Londres causó una impresión muy distinta a la que pensé que iba a causar.

Y después, como se sabe, viajé a Belfast. “Pero esa es otra historia, y debe ser contada en otro momento.”